domingo, 30 de marzo de 2014

Jelsa, una historia de amor verdadero... Parte 5

   Jelsa una historia de amor verdadero.

Capítulo 5. "Detrás del baile"

 

 

 Elsa y Jack continuaban disfrutando del baile, y no se desprendían de la pista. Lo que no sabían es que ese baile estaba organizado por brujas malvadas. Estas no eran como las típicas brujas que no matan ni a una mosca.


Ellas pertenecían a un clan de las Islas Rojas, que atraían a hombres, viajeros, mercaderes e incluso hombres de la realeza a su trampa. Eran hermosas, todas ellas pelirrojas como el fuego ardiente. Primero los emborrachaban con una bebida especial que preparaban y que también aplicaban en sus labios. Después los besaban para intensificar el efecto y les hacían pensar que eran su pareja mientras que a los desafortunados hombres les resultaba imposible entender lo que sucedía. La vista se les nublaba, y los otros sentidos se les adormecían. Cuando reaccionaban luego de un tiempo indeterminado se encontraban en una habitación oscura, encadenados, como en una prisión. Las brujas los utilizaban como esclavos y les quitaban su belleza mediante hechizos, para poder prevalecer su belleza y seguir con sus dominios sobre los hombres.


Adriana era la jefa del clan. Habían más de 40 brujas en el palacio que habían ocupado, después de capturar a sus dueños. Organizaron este baile para enriquecer su grupo de vasallos. La jefa se había fijado en Jack desde el momento en el que entró. Su pelo y su tez blancos como la nieve le atraía y no le quitó los ojos de encima mientras él bailaba. El único problema era esa chica rubia con la que estaba aquel joven. Debía deshacerse de ella para realizar su cometido.


Luego de un rato Jack le ofreció a Elsa un trago ya que llevaban bailando horas.


-¡No me tardo!


-¡Eso espero!


-¡Ah, y recuerda que te amo, Elsa!- Gritó Jack a lo lejos para buscar los tragos.


-Eso ya lo sabia. -Dijo entre risas.


Elsa se dirigió a un grupo de muchachas que adulaban su hermoso vestido para esperar a que Jack regresará con sus tragos.


Jack se acercó a la mesa de bebidas, donde aguardaba Adriana. Ella vió su oportunidad y no la iba a dejar pasar.


-Hola, ¿estas disfrutando de la fiesta?


-Sí. Linda fiesta, por cierto.


-Mi nombre es Adriana, un gusto.


-Oh, Jack... Aquiles. El placer el mío. - ¿es eso lo que acostumbraban decir los lordes?


-¿Quieres que te invite un trago?


-Huh, no, no, gracias. Le estoy por llevar unos tragos a mi... Bueno, mi chica. -Dijo esto último con su típica sonrisa torcida y traviesa que le atravesaba el rostro. Era algo así, ¿no?


-Acéptalo por favor, de mi parte. - Adriana llevaba la copa de cristal que le ofrecía con un líquido rojo, demasiado extraño como para ser algo que se pueda beber. Era parecido a la lava ardiente.


Jack miró la copa, y con repulsión le dijo.


-No gracias, ya tengo bebida.


-Anda, no querrás ofenderme. ¿O si? Pruébalo es riquísimo, todos aquí lo están tomando.


Esto último por su puesto que no era cierto ya que Jack había visto varias parejas tomando ponche.


-Bueno creo que...


Algo en sus ojos verdes no le resultaba confiable, pero como quería deshacerse de esa extraña dama lo más pronto posible, aceptó el trago.


La visión se le nubló al segundo de beber aquel extraño líquido. Adriana lo notó al ver cómo se tambaleaba Jack y cómo trataba de agarrase la cabeza. El efecto del trago había sido un éxito. Con Jack mareado e incapaz de moverse por su propia cuenta y Elsa distraída con las muchachas, Adriana lo tomó por su traje y lo besó. Jack no pudo resistirse por más que quisiera. Escuchaba que Adriana le hablaba, le hablaba como si tuviera otro nombre. Algo como Eric, no podía entender muy bien que le decía. Jack pensó que tal vez lo llamaba por otro nombre para confundirlo, pero el no era tan ingenuo para caer en esa trampa. Elsa se giró al ver por qué Jack se tardaba tanto con las bebidas y fue ahí cuando lo vio.


Jack estaba besando a esa chica pelirroja.


Jack... No podía ser él... No...


Elsa sintió como su corazón se destrozaba, en tantos pedazos que quedó hecho polvo. Sus ojos se llenaron de lágrimas. El chico por el que había brotado sentimientos indescriptibles, la estaba traicionando el mismo día en el que le declaró su amor.


Así que esto es el amor. Es como morir lentamente, pero el único dolor que se siente es el del corazón.


Ella cubrió su rostro con sus manos, tratando de ocultar el dolor, pero este golpeaba con fuerza su pecho para salir, era demasiado insoportable para retenerlo que ya no pudo soportarlo más. Desató una fuerte tormenta de nieve en el salón que hizo que las puerta y ventanas se abrieran de de un golpe, chocando contra las paredes. Una lluvia de cristales provenientes de las ventanas cubrió todo el salón, las luces cálidas de las velas que iluminaban la habitación como un cuento de hadas, se apagaron dejando todo oscuro como la noche misma. ¿Por qué?


¿Por qué, Jack? Ella creyó ser amada, por primera vez, por quien era. Sin importar lo peligrosa o cerrada que llegara a ser. Gracias a ello pudo entender que no había un monstruo en ella más que su soledad. Porque podía amar. O eso pensaba. Creer en su amor fue lo más estúpido que ha hecho en su vida, pensaba Elsa entre lágrimas,


Jack se inquietó al escuchar las palabras de Elsa, que eran apenas audibles, pero fue lo único que se pudo escuchar debido a las personas atemorizadas que se encontraban en el baile, quienes solo se quedaron en silencio. Él trató de caminar hasta la silueta de una chica borrosa que corría hacia las puertas del palacio. El efecto de la bebida no podía impedir que Jack reconociera a la mujer a la que ama. Se tambaleó y tropezó, pero por fin llegó a la puerta. Afuera, echada en la nieve estaba ella, llorando desconsoladamente por la traición, aunque Jack no recordaba nada de lo había sucedido. Era como si en cada segundo su memoria reciente fuera borrada. Elsa lo vio, parado detrás suyo, un poco atónito, casi como si se encontrara confuso de por qué había ido hasta allí. Se paró de un salto y echó a correr por el bosque, hacia su castillo de aislamiento y soledad, del que nunca debió haber salido. No quería verle.


El joven seguía perdido, pudo ver a Elsa salir corriendo, todavía borrosamente. Pero sus piernas no reaccionaban, como si sus reflejos se hubiesen tomado un largo viaje, y no pudo correr, ni volar hacia ella. Quería gritar a los cuatros vientos que no se fuera, que no la quería dejar ir, pero las palabras no surgían de su adormecida boca. Alzó su mano, y en un intento de volar cayó sobre la espesa nieve. Trató de abrir lo más que pudo sus ojos para ver si aún podía distinguir a Elsa alejándose, pero ella ya se había marchado. Tal vez para siempre


A la altura de su mano, yacía la corona que él le había obsequiado como símbolo de su realeza, de que tenía un lugar especial y reservado en su corazón. Con todo el dolor que ahora albergaba, a pesar de aquella anestesia, pronunció su nombre que seguía grabado en la tiara. Elsa.

  

Fin del Capítulo 5













             
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